Empatía: ponte en mis zapatos (de seguridad)

Segurmanía
Empatía: ponte en mis zapatos (de seguridad)

Tópico tras tópico, todos hemos oído decir alguna vez que la esencia de las empresas son las personas, que son éstas y no otra cosa, su verdadero valor.

Es quizás por ello, que los que nos dedicamos a la prevención de riesgos laborales, en una u otra faceta, solemos decir que la parte psicológica del trabajo es algo esencial. Por no decir la parte más importante.

Obviando cuestiones legales (tan difíciles de obviar en este campo), los sistemas más avanzados de gestión de la seguridad parten del principio que dice que todo accidente es previsible y, por lo tanto evitable. Si deriva de causas técnicas (un equipo defectuoso) la organización debería haber gestionado con diligencia su mantenimiento, reparación o sustitución. Si deriva de una causa humana, un acto inseguro, la organización debería haber formado y concienciado a la persona que lo comete para que no lo hiciera.

Y es en este último aspecto donde esa afirmación tan rotunda se vuelve más dudosa: ¿es siempre posible convencer a todo el mundo de pensar antes de actuar, de formarse, no sólo en cómo hacer cosas nuevas sino también en cómo hacer mejor las que siempre se han hecho?

Por su parte, los trabajadores de cualquier sección, departamento o nivel profesional también tienen que ejercer su responsabilidad. Con su propia seguridad y la de sus compañeros y compañeras.

Es aquí donde la psicología, por ambas partes de la relación prevencionistas-personal, la “mano izquierda” como suele decirse, se convierte en algo fundamental pues sabemos todos que el ordeno y mando de toda la vida tiene un alcance muy limitado… ¿por dónde empezamos?

El primer paso debe ser la empatía. La capacidad de ponerse psicológicamente en el lugar del otro. Y ese es un esfuerzo que deben realizar ambas partes de la comunicación, los técnicos y responsables y el personal.

Un trabajador no se niega a utilizar los equipos de protección individual por un capricho o porque no le importe herirse a consecuencia de un mínimo incidente. El técnico en prevención tendrá que hablar con él y entender cómo conseguir que los botas de seguridad le resulten lo más cómodas posible. La expresión “ponerte en mis zapatos” nunca estuvo mejor traída.

Y viceversa. Si insistimos tanto en decir que quien mejor conoce su puesto de trabajo es la persona que lo ocupa, que escuchar a las personas que dan sentido a todo el trabajo de prevención es clave, es moralmente inexcusable que esas misma personas aporten, colaboren, que participen positivamente haciendo propuestas y, con empatía, entendiendo que si se les pide un esfuerzo de adaptarse, no es por capricho.

La prevención de riesgos laborales es, sin duda, ciencia aplicada. Los reconocimientos médicos, la higiene industrial, el diseño de equipos de protección individual o colectiva necesitan de la ciencia para ser efectivos pero, sin duda, se trata de una aplicación muy condicionada por algo tan poco matemático como las relaciones humanas.

En la gestión de las relaciones humanas hay pocas claves maestras, pocas pautas generales que puedan darse salvo, seguro, la de utilizar siempre la empatía. Decir, a menudo, “voy a ponerme en sus zapatos, y en su casco, y en sus gafas, y en su arnés, y en su traje de protección, y en su puesto de espaldas a la ventana, bajo la salida del aire acondicionado”… ocho horas diarias.

Luis Blanco Urgoiti, Secretario General de AVEQ-KIMIKA.

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