El último que baje la persiana
Segurmanía
Hay imágenes que de tan cotidianas parecen inofensivas, porque las hemos visto toda la vida. Un comerciante, una farmacéutica o el dueño de un pequeño taller bajando la persiana metálica de su local al final de la jornada es una de ellas. El sonido del metal deslizándose por las guías anuncia que el trabajo ha terminado. Pero, en más de una ocasión, ese gesto cotidiano ha acabado con un accidente grave. Porque no hay nada más peligroso que un hábito mecánico que exige fuerza, se repite a diario y se da por seguro.
Hay imágenes que de tan cotidianas parecen inofensivas, porque las hemos visto toda la vida. Un comerciante, una farmacéutica o el dueño de un pequeño taller bajando la persiana metálica de su local al final de la jornada es una de ellas. El sonido del metal deslizándose por las guías anuncia que el trabajo ha terminado. Pero, en más de una ocasión, ese gesto cotidiano ha acabado con un accidente grave.
Porque no hay nada más peligroso que un hábito mecánico que exige fuerza, se repite a diario y se da por seguro.
Recuerdo perfectamente un caso que nos contó hace unos años un técnico de Osalan. Un trabajador de un pequeño almacén bajaba cada tarde una persiana de más de tres metros de ancho, pesada y algo desajustada. Un día, el eje se soltó de golpe y la hoja cayó como una guillotina. Intentó detenerla con las manos. El resultado fue una fractura múltiple y una lesión en los tendones que le apartó del trabajo durante meses. No hubo mala suerte, hubo una persiana sin mantenimiento y una confianza excesiva.
Según el INSST, los accidentes por atrapamiento con puertas y persianas automáticas o manuales están entre los más frecuentes en los pequeños comercios y talleres. Aunque no siempre aparecen destacados en las estadísticas de industria, su gravedad es muy alta: el peso, el efecto de inercia y la velocidad de cierre multiplican el riesgo. Osalan lo advierte en numerosas guías: las persianas, portones y cierres enrollables son “equipos de trabajo” a todos los efectos y, por tanto, deben cumplir los requisitos del Real Decreto 1215/1997 y del RD 1644/2008 sobre seguridad de máquinas.
Pero no creo que resulte muy aventurado decir la realidad que una enorme cantidad de persianas instaladas en locales comerciales y pequeños talleres no tienen ni marcado CE, ni dispositivo de detección de obstáculos, ni un sistema de retención que impida el descenso libre en caso de fallo del eje o del muelle compensador.
Se instalan, se usan y se olvidan. Hasta que un día alguien intenta “ayudarla un poco” con la mano o con el pie, y el gesto más rutinario del día se convierte en un accidente de atrapamiento.
En Osalan tienen documentados varios casos de atrapamientos de manos, antebrazos e incluso cabezas, especialmente en persianas automáticas que carecían de sensores o tenían la célula fotoeléctrica desalineada. También en cierres manuales cuyos muelles se habían descompensado, provocando que la hoja se desplomara repentinamente. En todos ellos, el patrón se repite: falta de mantenimiento preventivo, manipulación manual y ausencia de medidas de protección.
Y es que el riesgo de atrapamiento con una persiana no está solo en el peso o en la caída: también en el enrollamiento del eje, en el pellizco de los dedos en las lamas o en el arrastre de la ropa o del cabello.
Hace unos años, una trabajadora sufrió lesiones graves al engancharse el abrigo mientras intentaba detener la bajada de una persiana automática que no tenía fin de carrera programado. El equipo, además, carecía de botonera de “hombre presente”, esa que obliga a mantener pulsado el botón durante todo el recorrido. Era un cierre con automatismo antiguo, instalado cuando nadie pensaba que una puerta pudiera ser una máquina peligrosa.
Por eso, el INSST y Osalan insisten en tres claves sencillas que evitarían la mayoría de los accidentes: Mantenimiento periódico por personal autorizado, al menos una vez al año, verificación del sistema de seguridad: sensores, frenos de caída, finales de carrera y botoneras de presencia y uso responsable, sin forzar manualmente la hoja ni permanecer debajo durante el movimiento.
Y, como siempre, formación e información. Muchas personas trabajadoras no saben que la persiana es un “equipo de trabajo” con normativa de seguridad específica. Piensan que es una mera barrera física, no un sistema mecánico con energía acumulada. Y la energía, incluso en lo cotidiano, siempre busca liberarse.
Hace unos años, visitando una pequeña empresa familiar, me llamó la atención una nota pegada junto a la botonera de la persiana del almacén:
“No bajar con el pie. No dejar objetos debajo. No sujetar con la mano. Esperar al tope.”
Pregunté al encargado y me dijo que la habían puesto después de un susto: una caja de envases quedó encajada en el carril, y al forzar la bajada, la lámina superior se dobló y se atascó. “Podía haber sido una mano”, me dijo, encogiéndose de hombros.
Ese simple cartel vale más que cualquier curso si recuerda, cada día, que la prevención empieza antes de pulsar el botón.
El problema, en el fondo, es cultural. Igual que hace veinte años nadie pensaba en ponerse el cinturón para mover el coche dentro del garaje, hoy seguimos bajando persianas sin pensar que pueden aplastarnos un pie o atraparnos la manga. Y lo peor es que, al ser accidentes que no suelen ser espectaculares, pasan desapercibidos.
Hasta que un día, alguien resulta herido y todos recordamos que la fuerza de un muelle o el peso del acero enrollado superan con creces la fuerza de un brazo humano.
La próxima vez que vea a alguien cerrar una persiana metálica, fíjese bien: en el gesto de inclinarse para tirar, en la mano que guía la lama, en la confianza con la que lo hace. Ese momento —el último del día— no debería ser también el más arriesgado.
Quizá ha llegado el momento de que dejemos de pensar que “bajar la persiana” es el fin de la jornada y empecemos a verlo como una operación de riesgo que exige atención, mantenimiento y respeto.
A fin de cuentas, las persianas no tienen prisa. Nosotros sí. Y la prisa, como siempre, es el peor enemigo de la prevención.
Luis Blanco Urgoiti
Secretario General de AVEQ-KIMIKA