El vértigo de la confianza

Segurmanía
El vértigo de la confianza

El INSST define una caída a distinto nivel como "la pérdida de contacto con la superficie de sustentación con desplazamiento vertical", y el marco normativo es claro respecto a las medidas que deben aplicarse. Pero la realidad industrial es tozuda: muchas veces no es la falta de normas, sino la falta de aplicación sistemática la que causa los accidentes.

Cuando era pequeño, mi colegio, que se había construido en una ladera, se situaba en el escalón más bajo de un desmonte. En la terraza superior, se erigía un instituto. Un castillo inalcanzable. Un lugar prohibido para nosotros… “el sitio de los mayores”.

Una escalera excavada en la pared vertical permitía el acceso entre una y otra etapa educativa. Pero una firme verja, alta y pintada de azul, cerrada con un grueso candado, prohibía el paso entre ambas. Para nosotros, que estaríamos en 4º o 5º de primaria, aquello era un llamamiento a la aventura, un reto que superar, todo un Everest que debíamos ascender. Tanto, que en cada recreo imaginábamos cómo sería subir y asaltar el patio del instituto, donde los mayores nos recibirían sin duda como a héroes.

Y lo veíamos factible, pues en los laterales de la finca, la valla que guardaba el perímetro podía permitir el ascenso.

Así que una mañana de primavera, mientras los demás vigilábamos, los dos exploradores más intrépidos iniciaron el ascenso.  Dani dijo, “esto está chupao”, se encaramó a la valla y, cuando pretendió alcanzar una repisa a unos dos metros de altura, resbaló y cayó de espaldas sobre el suelo de arena. Durante unos segundos permaneció inmóvil, tendido en el suelo, y todos nos quedamos paralizados mirando.

  • Sa’mataó – dijo Juan con aplomo.

Tuvo que venir la ambulancia y se llevaron a Dani al hospital. Cuando volvió días más tarde, para nuestro horror, nos contó que había hecho pis con sangre. No tuvo más consecuencias, no se rompió ningún hueso, pero el susto fue monumental.

Ninguno de nosotros volvió a pensar en subirse. Bastó aquel susto para que entendiéramos algo que aún hoy repite Osalan en todos sus materiales: no hace falta caer desde muy alto para hacerse mucho daño.

Las caídas a distinto nivel siguen siendo, año tras año, una de las principales causas de accidentes graves y mortales en la industria. Según los datos del INSST, representan cerca del 20 % de los accidentes mortales en el trabajo. Y eso en un país que lleva décadas hablando de trabajos en altura, líneas de vida, arneses, plataformas elevadoras y permisos de trabajo. ¿Qué está fallando?

Quizá, como en aquel muro del colegio, lo que nos pierde no es el riesgo, sino la confianza. Cuando alguien lleva veinte años subiendo a una estructura, revisando válvulas en una pasarela o cambiando luminarias en una nave, el peligro deja de parecerlo. Se convierte en rutina. Y la rutina es el mayor enemigo de la prevención.

El INSST define una caída a distinto nivel como “la pérdida de contacto con la superficie de sustentación con desplazamiento vertical”, y el marco normativo es claro respecto a las medidas que deben aplicarse. Pero la realidad industrial es tozuda: muchas veces no es la falta de normas, sino la falta de aplicación sistemática la que causa los accidentes.

En sus tiempos, algunas visitas a plantas daban bastante miedo: escaleras improvisadas con palés, personas trabajadoras que se suben a un depósito “sólo un momento” sin arnés porque “no hay donde engancharse”, barandillas retiradas para facilitar un acceso que nunca se repusieron. Todos ellos confiaban en su experiencia, en su equilibrio o en que “total, son dos minutos”. Pero la física no entiende de experiencia ni de minutos: entiende de gravedad, y la gravedad no perdona.

La buena noticia es que la prevención de las caídas está muy estudiada y que las soluciones funcionan. Lo que hay que hacer es aplicar los principios de la acción preventiva en orden:

  1. Eliminar el riesgo, evitando, siempre que sea posible, los trabajos en altura.
  2. Sustituir el método, diseñando los equipos o instalaciones para que el trabajo se realice desde zonas seguras.
  3. Proteger colectivamente, con barandillas, plataformas, líneas de vida, redes, marquesinas o cubiertas resistentes.
  4. Proteger individualmente, con arneses casco, calzado y ropa adecuada y anclajes certificados, cuando no haya otra opción.
  5. Y, finalmente, formar y supervisar, porque ningún Equipo de Protección Individual (EPI) sirve si no se usa correctamente.

Aun así, las cifras no bajan como quisiéramos. Quizá porque seguimos poniendo demasiada fe en la parte baja de la jerarquía preventiva, en el equipo y no en el diseño, en la corrección y no en la planificación. Un arnés salva vidas, sí, pero el mejor arnés es el que no hace falta ponerse porque el trabajo ya está pensado para hacerse sin riesgo.

Hace poco, un responsable de mantenimiento me contaba que en su planta habían reducido a la mínima expresión los incidentes en altura con una medida: revisar todos los puntos de intervención periódica y rediseñar los accesos. No compraron arneses más caros ni impartieron más cursos; instalaron pasarelas, plataformas y barandillas. “Nos dimos cuenta de que la gente no se caía porque no quisiera usar los EPIs -me decía-, sino porque los accesos estaban mal pensados”. Esa es, probablemente, la enseñanza más útil de todas: prevenir no es vigilar, es diseñar para que sea imposible hacer las cosas mal.

Y, sin embargo, el componente humano sigue siendo crucial. La fatiga, la prisa o el exceso de confianza siguen presentes. Por eso insistimos tanto en la formación vivencial, en las simulaciones, en los ejercicios prácticos. Porque una cosa es saber que una caída de dos metros puede ser mortal, y otra muy distinta sentir en un arnés cómo el cuerpo se detiene bruscamente y entender lo que significa de verdad “factor de caída”.

Las empresas que han incorporado este enfoque lo saben bien: la cultura preventiva no se impone, se experimenta. Igual que aquel susto en el muro del colegio, no se olvida nunca.

Quizá por eso los trabajos en altura sean una buena metáfora de la prevención en general: todo consiste en mantener el equilibrio, sin olvidar que un segundo de confianza mal colocada puede hacernos perder pie. Porque el vértigo, en realidad, no viene de mirar hacia abajo, sino de olvidar que la caída siempre empieza con una certeza: “esto está chupao“.

 

Luis Blanco Urgoiti

Secretario General de AVEQ-KIMIKA

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